Dos constructos ideológicos fuertemente arraigados en nuestra cultura y en las estructuras del imaginario colectivo son "raza'' y "género" (Quijano, 2000). Dos generadores de desigualdades que persisten en  el  pensamiento  poscolonial   dando cabida a las guerras insólitas y brutales que sufrimos, como individuos, unos más que otros, y como comunidades. No es algo imaginado, un sueño, no es algo que se queda en los cuentos y las leyendas, no es algo de lo cual se habla porque se quiere fomentar la discordia. ¡No! Es algo real: miles de personas sufren por pensarnos como "mujer" y "hombre" en términos desiguales, por construirnos como "negros" y "blancos" en términos de lo "anormal" y lo "normal"; en cada día de nuestro calendario se mueren millones de "personas" de hambre y sed, de tristeza y miseria, de peleas y riñas que las hacen  ver  como  sus  únicas  características y características de relación, mientras que otros, en su  mayoría  "blancos",  disfrutan del paraíso terrenal que, en ideas, era para todos. Decenas de mujeres son maltratadas diariamente en el hogar o en el trabajo, verbal o físicamente, con hijos e hijas que sólo pueden observar pasivamente esperando que llegue el momento oportuno para reproducir los mismos modelos; muchos hombres se desesperan  producto   de   atribuírsele   toda la carga económica del hogar y del trabajo, se alejan de su familia o entran en crisis y depresiones, pero no  importa  "los hombres no lloran".