Y por fin descubrió la fórmula para aprender a volar. Embraer era un avión pequeño, que durante toda su infancia soñó con aprender a volar. En cada cumpleaños, a la hora de apagar las velas, deseaba convertirse en un gran avión, que pudiera hacer piruetas, subir y bajar, disfrutar del aire y de su libertad. Su padre, Airbus A330, le contaba que toda su familia aprendió a volar al cumplir los 16 años, eso sí, siempre y cuando descubrieran la fórmula correcta para lograrlo.

Explorando los billones de organismos vivos que habitan con nosotros.  Todo empezó un día lunes, en uno de esos hermosos comienzos de semana donde el sol resplandecía y sus rayos de luz pasaban a través de la ventana de mi habitación; simplemente me levanté, lo vi ahí, era inexplicable, tenía tantas cualidades que no encontraba la forma de describirlo, sabía que era diferente, al verlo solo pensé “es único”. En ese momento, me atreví a decirle: “Hola”; pero, justo a la hora de responderme, mi madre gritó: “Carolina, baja a desayunar y recuerda lavarte las manos’’. Solo le dije que, por favor, no se fuera, que quería conocerlo.